– Julio Espejel
No sé ustedes pero para mí, el recién finalizado 2018 fue un año bastante duro, lleno de pruebas y lecciones, pero no podría decir que fue un mal año. Al contrario: fue de los más significativos, cambiantes y cargado de replanteamientos en objetivos, relaciones e incluso maneras de pensar y actuar.
No quiero decir que para todos haya sido igual: seguro hay quienes opinan que fue terrible. Y sí: lo fue si no entendimos que todo apuntaba hacia un ajuste y un nuevo comienzo para el cual, era indispensable recibir algunas sacudidas fuertes y volver a nosotros mismos antes de seguir adelante hacia una nueva fase a nivel global. Pero esa afirmación puede sonar extraña y pretenciosa para algunos de ustedes y solamente la dejarán pasar.
Insisto: no todos lo verán del mismo modo aunque estoy seguro de que el putazo nos llegó en general, en mayor o menor grado. Pero ese no es el punto sino que, justo a días de haber comido las 12 uvas, me siento con una especie de resaca que me dejó el cambio de año; después de tantas ganas de festejar a tope todo lo ocurrido durante esos 365 días que, al consumirse en el calendario, me hicieron llorar de agradecimiento y felicidad. Bueno de por sí soy bien chillón, eso sí.
El caso es que, después de ese tránsito que para muchos es solo una convención (porque el tiempo es una estructura y las ganas de cambiar no tienen que ver con una fecha, dirán), algo se modificó y de pronto me encontré con que estaba sintiendo un inexplicable vacío. Así que me puse a examinar el motivo del mismo. No podría definirlo exactamente: fue como ese remordimiento cuando uno compra cosas y después se arrepiente por haberlo hecho, como un examen de conciencia antes de confesarse, como una depresión post-tacha o el momento incómodo en el que uno sabe que acaba de decir una imprudencia sin pensar; como una cruda de ron barato o la impresión de estar rodeado de mucha gente pero al final, con una sensación de abandono y soledad. Realmente no puedo describir esa extraña emoción aunque, al final creo que no era más que el miedo a lo que está por llegar en una nueva etapa. Y entonces comprendí que resulta casi normal cuando tantas cosas se han sucedido y han movido los aspectos que teníamos establecidos como algo seguro. Y esos avances causan incertidumbre.
Y me di cuenta además, de que muchas veces buscamos un desajuste donde ni siquiera existe y vamos de crisis en crisis: la de los 20, la de los 30, la de una relación de pareja, la existencial, la de identidad, la vocacional, la económica, la menopausia, etc. Y justo me inventé, inexplicablemente una crisis de Año Nuevo cuando en realidad lo único que me correspondía era agradecer por el momento en el que se encuentra mi vida.
Entonces entendí otra cosa: muchas veces nos olvidamos de escuchar lo que nuestros sueños y nuestra voz interior nos aconseja y efectivamente, lo cambiamos por cosas materiales que nos distraen de los pequeños detalles que nos brindan la alegría por vivir (cosas como las compras, el ron, la religión, las tachas o esa necesidad de estar siempre acompañados, que mencionaba).
No intento ser moralista ni nada por el estilo, sino solamente compartir con ustedes esta reflexión e invitarles a que, si tienen propósitos para el 2019, los mantengan realmente y trabajen en ellos todo el tiempo (no sólo unas semanas) pero que también estemos pendientes de vivir plenamente cada uno de los días y sus noches, buscando esos detalles que dejamos de tomar en cuenta; sonrían todo el tiempo, compartan las horas con su gente en persona, seamos congruentes, consistentes, amables y prudentes. Recuerden también darse espacio para ustedes mismos y que se demuestren que, efectivamente, las buenas intenciones y el crecimiento personal no es cuestión de un festejo de cambio de año sino de un cambio de disposición hacia todo lo increíble que nos llegará durante los siguientes meses, hasta que vuelvan a soñar las 12 campanadas otra vez.
Les deseo un año muy lleno de cosas fantásticas y de la capacidad de maravillarse y mirar todo lo bueno que se nos brinda muchas veces, disfrazado de algo que creemos malo, sin importar nuestra edad, condición o forma de pensar. Les envío un saludo y nos seguiremos leyendo. ¡Por un feliz 2019 que está recién desempacado!