– Marco Pérez
No vamos a engañar a nadie:
después de la tormenta
nunca llega la calma.
Nos quedan la inundación
y la tristeza de los árboles mutilados.
¿Qué nos espera a nosotros
si hasta un tronco atado a la tierra
se inclina ante la tempestad?
Habrá que renunciar
al heroísmo,
dejarnos llevar por
estas cloacas
que nos arrastran
inevitablemente
como cuerpos de animales muertos.
No nos mintamos,
aquí ni ganan los buenos
ni los hijos de puta
reciben su merecido;
aquí sólo se salvan
los que se suicidan,
los únicos que entendieron la realidad
y se arrojaron al mar
atados a su peso.
Benditos sean los suicidas,
si tuviera una religión,
ellos serían mis santos.